Verdades.

Eran las 2 de la mañana, el ambiente estaba cargado, el aire de la sala tenía olor a sudor, alcohol y drogas. Al fondo se podía distinguir entre las luces y el humo un pequeño escenario, de no más de 4 metros cuadrados, encima habían dos amplificadores, una batería, dos guitarras, un bajo y unos cuantos micrófonos. 
En aquél momento pensé "Sí, bueno, esto es lo que me dedico a hacer", pero no recordaba nada de tocar un directo, una forma de expresión y entretenimiento. 
Yo tocaba la guitarra porque me gustaba, no la tocaba para gustar a nadie, pero sin embargo, allí estaba,  todo preparado para comenzar, mis compañeros y amigos estaban haciendo las pruebas de sonido y la gente ya golpeaba la puerta para entrar dentro de la sala.
La sala no era gran cosa, más bien, no era nada. Un par de focos mal puestos y unas mesas de contrachapado. Ese era el tipo de ambiente donde había pasado mi infancia y donde me disponía a pasar el resto de mi vida, no sabía si era lo que debería hacer, pero sabía que tocar la guitarra me liberaba y me hacía FELIZ vivir. 
Feliz, Felicidad, que concepto más falso, no es felicidad, es ausencia de penas, dolor y desgracias. Cuando escuchaba que alguien era "Feliz" me daban ganas de acercarme a él y preguntarle "¿Qué te hace feliz? ¿Una persona, un objeto, una situación? Todas esas cosas perecen y se quedan en polvo, pues polvo somos y en polvo nos convertiremos". En cierto modo todo el mundo me tacharía de cruel, pero, ¿Qué más da todo el mundo? ¿De verdad creerían que soy cruel cuando solo me dedico a decir verdades?  La sociedad nos tenía oprimidos en el "Haz el bien por todos" y no en el "Vive y deja vivir" como debería. 
El concierto iba a comenzar y yo ya no tenía más tiempo para pensar, ahora en mi cabeza solo rondaban los acordes, tablaturas y letras, letras que decían verdades, no como esta sociedad.